03 agosto 2010

Sientese en una silla de ruedas por un día, vaya a Ripley, y después hablamos (I)



Para entender mi motivación para escribir esta entrada es necesario que se ponga por una vez en los zapatos de alguien que no tiene la fortuna de desplazarse sin ayuda por donde le plazca. La mezcla de sentimientos es extraña, porque tiene rabia, indignación, pena y vergüenza.

En mi caso, el tener que cargar con mi hija en coche me acercó lo suficiente a la desagradable realidad a la que una persona con dificultades de desplazamiento se enfrenta todos los días en nuestra ciudad y en sus modernos y maravillosamente diseñados centros comerciales o tiendas por departamento. De allí la vergüenza que me invade, esa de darse cuenta de lo inconsciente, incivilizado y subdesarrollado que se es. Luego, como consecuencia, vergüenza ajena por otros que se han sentido como yo; luego siento pena por aquellos que aún no han notado lo infra ciudadanos que somos el promedio de lugareños de por aquí.

Esta triste realidad me apaleó la semana antepasada cuando, raro, tuve que ir a una tienda de Ripley en compañia de mi hija de un año. Para evitar que se me escurriera por allí, decidimos llevarla en coche. Oh sorpresa ver que la única manera de llegar al piso de artefactos electronicos era a través de un ascensor de porquería, cochino, con olor a pécora mezclada con solventes inflamables y ubicado en un callejón que le hacía juego perfecto en malaspecto. Además, claro, lleno de operarios cargando esmeriles, bolsas con lijada de pared, desperdicios, entre otras FALTAS DE RESPETO. No olvido a esa familia entera (todos bien operativos) con cara de "no seas sapo, yo estoy primero en la cola" que inexplicablemente pugnaban por abordar el chiquero ese, en lugar de usar las escaleras mecánicas, vaya Ud a saber por qué.

Es evidente que si una empresa como Financor, que no es ningún kiosquito, no repara en "detalles" como estos, poco podríamos esperar de otras de menor envergadura. Se zurran olímpicamente en los derechos de los demás y lo que más indigna es que las autoridades ni se inmutan con este tipo de faltas. Autoridades que con un bizcocho seco como lengua de loro y una inka kola caliente se hacen de la vista gorda, queda en nosotros exigir el cumplimiento de estándares mínimos de calidad de infraestructura para los que tienen menos libertades motoras que el común (y que son muchísimos!!).

Insisto en que la desatención a estos detalles es un lamentable producto de nuestra propia educación. Son triste ejemplo de cómo el entorno puede terminar de discapacitar a una persona con tantas o mejores capacidades de desarrollo que las de cualquiera. Entonces, la señal de subdesarrollo no la vea en la incapacidad de las autoridades o las empresas para ser menos estúpidos o mercantilistas. Más preciso es comprender que la discapacidad generalizada es la nuestra. Los negocios buscan satisfacer necesidades a cambio de riqueza. Los negocios no han identificado esa necesidad en nosotros como sociedad. Eso, amigo, es lo que da verguenza.

En la segunda parte, Un paseo por el túnel de Larcomar.
En la tercera, el deporte extremo de pasear en Silla de Ruedas por nuestras calles.

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