31 agosto 2010

Requiem para un infarto - Larcomar en Silla de Ruedas (II)

 
Aquí de vuelta. Como es casi ya una costumbre, se habrá dado cuenta de que incumplo sistemáticamente las fechas de publicación. Felizmente (aunque suene a refrito) es mi blog, soy mi propio jefe y me puedo dar el lujo de demorarme todo lo que se me antoje.

Mi experiencia en Ripley fue igualada por la que he vivido en Larcomar cada vez que me he visto en la necesidad de visitar ese chopin center (donde también les llega al chopin las necesidades de los discapacitados o coches de bebé). A pesar de que cuenta con accesos exclusivos para discapacitados y otros impedidos de circular normalmente, éstos no son para nada suficientes y en ese sentido pues es lo mismo que nada. Cumpir a medias es como considerar a los afectados como de segunda clase, por eso es hasta peor; porque no cumplir puede ser por ignorancia, pero cumplir a medias o con saludito a la bandera muestra un grado primate de consideración (con el perdón de los primates menos desarrollados que nosotros).

En primer lugar, si vas en dodge (patitas) como lo hago yo, te vas dando cuenta de lo inclementes que son las calles para peatones con alguna discapacidad. Para empezar, las rampitas de las veredas son intermitentes, incluso en la misma esquina (a un lado rampita, al otro lado no). Es casi como un videojuego: mientras más avanzas, más complicado se torna el continuar sin perder una vida (el problema es que en la realidad no hay más que una). Luego, debe uno de enfrentarse a los autos, que parece que juegan a ver si te agarran en seco mientras cruzas desesperado por las "cebras" peatonales. Casi como que los "caballos" (en sentido unisex, porque hay unas yeguas bien machonas al volante) odian a las cebras porque les parecen feas.


El paseo descrito en el párrafo anterior, visto en retrospectiva, es como un requiem de lo que viene una vez que te ves inmerso en aquéllas catacumbas de cemento tarrajeado de un par de focos, como diseñados para que no se te vea, como para que no te vayas a sentir cliente objetivo de ese mounstruo clavado en el acantilado, tan abanderado de la modernidad y el progreso de miraflowers.


1. La Entrada: La imponente escalinata para ingreso peatonal, esa que casi todos conocen, está reservada sólo para los bípedos independientes. Casi faltaría un letrero que diga "En este local y en todo miraflores está permitida la discriminación a los discapacitados". Es necesario desplazarse unos (!!) 200mts para que con ojo de lince podamos divisar, camuflada al lado de un patio de juegos para niños, esa ya no tan imponente ni bonita rampa de acceso por la que debemos entrar con nuestro coche, o los discapacitados en sus sillas de ruedas.


2. El trayecto: La rampa se entierra en la masa de cemento y se va tornando 100% gris oscura, a razón de varios tramos opuestos como zig zag y con una inclinación de unos 25 grados (para ser buena gente). Confunde mucho ubicarse en qué nivel del Chopin center se encuentra uno. Por lo general voy hasta casi el final, luego de unas varias bajaditas (no tan complicadas la verdad), para llegar a un pasadizo muy bonito, dividido por una escalera de 3 peldaños que te reciben con ésa calidez a la que ya nos tiene acostumbrados Ripley de San Isido con su corral disfrazado de ascensor.


3. El desplazamiento: Pareciera que en un chispazo de consideración (parcial), Larcomar colocó un ascensor para permitir el desplazamiento de los coches y las sillas de ruedas. El problema que ocurre con éste es que sólo permite moverse entre los dos niveles antiguos. Si el visitante quiere moverse a otro lado, agarra su rampita catacúmbica como recordatorio de que tan bienvenido no es, no se vaya a hacer ilusiones. Ojo que también aquí están los flojonazos que con todas sus facultades (y sus hijos, sobrinos, tios y vecinos) se apiñan cálida y acogedoramente en este mini ascensor con las mismas caritas de sapo con las que me encuentro en Ripley. Tampoco hay que dejar de mencionar a algunos restaurantes  con vista a la playa a los que es más fácil acceder en parapente que por sus infinitas y mortales escaleras. Han estimado que la demanda por vista al mar por parte de los discapacitados es demasiado baja, aparentemente.


4. La salida: Aquí con lo que iba con lo de Requiem. Asumo que no todos entrenamos para un Ironman o tenemos sillas de ruedas o coches de bebé con motores de mustang. Pues sólo para éstos está hecha la salida. Por la misma rampa por la que entró es la salida. En mi caso, cuando mi hija iba en coche, era un suplicio subir por las "rampitas" desde el sótano hasta la calle. Considere que mi hija pesaba menos de 10kilos y con coche y todo no pasaba de los 20. Yo miraba cuesta arriba a la segunda curva y ya no jalaba, llegando al nivel de la calle con el corazón en la garganta y la lengua en el ombligo. Era más o menos manejable, sin embargo. Ahora, imagine que esa bebé no es tal, pongamos que se trate de un hombre de 85 kilos que con todo y silla puede llegar a los 100kilos, que se desplaza con la ayuda de un acompañante de iguales características y con un estado físico promedio. Llega? Sí, pero al cielo (imaginando que existe eso). No he querido hacer la analogía sin acompañante, porque ya sonaría a cacha.


La pregunta es: Cuánto cuesta uno o dos ascensores más (o los que sean necesarios)? Parece que más que el respeto, la mínima consideración y el bizcocho seco y la inca kola caliente para las autoridades, no?


Reitero mi disconformidad con cómo esta ciudad tan bella recibe y trata a los discapacitados. Estos ejemplos son de establecimientos que en teoría deberían ser la cara y el ejemplo. Peor aún cuando entre sus visitantes hay muchísimos extranjeros. El civismo es una de las características de un ciudad de clase mundial, el mismo que se refleja en los servicios, que son producto natural de la exigencia de los ciudadanos por ellos.

Saludos,

03 agosto 2010

Sientese en una silla de ruedas por un día, vaya a Ripley, y después hablamos (I)



Para entender mi motivación para escribir esta entrada es necesario que se ponga por una vez en los zapatos de alguien que no tiene la fortuna de desplazarse sin ayuda por donde le plazca. La mezcla de sentimientos es extraña, porque tiene rabia, indignación, pena y vergüenza.

En mi caso, el tener que cargar con mi hija en coche me acercó lo suficiente a la desagradable realidad a la que una persona con dificultades de desplazamiento se enfrenta todos los días en nuestra ciudad y en sus modernos y maravillosamente diseñados centros comerciales o tiendas por departamento. De allí la vergüenza que me invade, esa de darse cuenta de lo inconsciente, incivilizado y subdesarrollado que se es. Luego, como consecuencia, vergüenza ajena por otros que se han sentido como yo; luego siento pena por aquellos que aún no han notado lo infra ciudadanos que somos el promedio de lugareños de por aquí.

Esta triste realidad me apaleó la semana antepasada cuando, raro, tuve que ir a una tienda de Ripley en compañia de mi hija de un año. Para evitar que se me escurriera por allí, decidimos llevarla en coche. Oh sorpresa ver que la única manera de llegar al piso de artefactos electronicos era a través de un ascensor de porquería, cochino, con olor a pécora mezclada con solventes inflamables y ubicado en un callejón que le hacía juego perfecto en malaspecto. Además, claro, lleno de operarios cargando esmeriles, bolsas con lijada de pared, desperdicios, entre otras FALTAS DE RESPETO. No olvido a esa familia entera (todos bien operativos) con cara de "no seas sapo, yo estoy primero en la cola" que inexplicablemente pugnaban por abordar el chiquero ese, en lugar de usar las escaleras mecánicas, vaya Ud a saber por qué.

Es evidente que si una empresa como Financor, que no es ningún kiosquito, no repara en "detalles" como estos, poco podríamos esperar de otras de menor envergadura. Se zurran olímpicamente en los derechos de los demás y lo que más indigna es que las autoridades ni se inmutan con este tipo de faltas. Autoridades que con un bizcocho seco como lengua de loro y una inka kola caliente se hacen de la vista gorda, queda en nosotros exigir el cumplimiento de estándares mínimos de calidad de infraestructura para los que tienen menos libertades motoras que el común (y que son muchísimos!!).

Insisto en que la desatención a estos detalles es un lamentable producto de nuestra propia educación. Son triste ejemplo de cómo el entorno puede terminar de discapacitar a una persona con tantas o mejores capacidades de desarrollo que las de cualquiera. Entonces, la señal de subdesarrollo no la vea en la incapacidad de las autoridades o las empresas para ser menos estúpidos o mercantilistas. Más preciso es comprender que la discapacidad generalizada es la nuestra. Los negocios buscan satisfacer necesidades a cambio de riqueza. Los negocios no han identificado esa necesidad en nosotros como sociedad. Eso, amigo, es lo que da verguenza.

En la segunda parte, Un paseo por el túnel de Larcomar.
En la tercera, el deporte extremo de pasear en Silla de Ruedas por nuestras calles.